Este es el sueño de todo aficionado a la lingüística, que dediquen una palabra a tu nombre (o tu apellido). Otra cuestión es que sea por méritos propios o, por el contrario, sea achacable a causas no demasiado respetables y elegantes...
Y este es el caso de la palabra de hoy. El verbo linchar no resulta desconocido ni es especialmente bonito o curioso, pero donde recae su carácter llamativo es en su etimología.
El DRAE recoge el término linchar como "ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo".
El origen de este vocablo es el apellido del juez estadounidense Charles Lynch, un juez del estado de Virginia que en el siglo XVIII -concretamente en 1780 en plena Guerra de la Independencia de los Estados Unidos- decretó la ejecución sin posibilidad de juicio de un grupo de conservadores acusados de ser los causantes de una sublevación.
Un linchamiento se produce generalmente de forma espontánea debido a algún motivo concreto como la supuesta comisión de un delito mal visto socialmente. De forma habitual la multitud persigue la muerte de la persona o personas agredidas y, por tanto, es un acto que está fuera de la ley; aunque no es necesario que se produzca esa muerte para ser catalogado como tal. El linchamiento está penado por ley para proteger el orden público y la facultad sancionadora exclusiva del Estado, lo que se conoce en términos jurídicos como ius puniendi (derecho a penar o sancionar).
Sea como fuere, el juez Lynch pudo perpetuar su apellido para la historia. Sería de los que pensaban que lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal...
El linchamiento es una costumbre ancestral de las culturas indigenas especialmente en las comunidades andinas, tambien conocida como "justicia por mano propia", debido a la incuria de los jueces encargados de aplicar las leyes para realizarse un juicio justo.
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