Para empezar por el principio, se entiende por extranjerismo, según su segunda acepción en el DRAE, la voz, frase o giro que un idioma toma de otro extranjero. Se debe hacer en este punto la primera matización, para considerar por separado la base de nuestro castellano: las palabras patrimoniales o tradicionales que proceden del latín -lengua origen de nuestro idioma- y representan la mayoría de nuestro léxico. En una línea cercana se pueden situar los cultismos, conformados por raíces latinas y griegas introducidas por necesidades literarias, científicas e intelectuales, sin pasar por las transformaciones fonéticas normales de las voces populares. Entre ambos tipos conforman un 70-85% aprox. de nuestro vocabulario actual.
De ahí en adelante los términos que ha ido incorporando el vocabulario castellano a lo largo de la historia, ya sea por razones sociales, culturales, económicas, etc., tienen orígenes muy diversos. Y se pueden incorporar por tres vías principales:
-Xenismo: extranjerismo que conserva su grafía original. Ej: Test; Club; Pop.
-Adaptación de su ortografía y pronunciación a nuestro propio idioma. Ej: Fútbol (Football); Estrés (Stress); Güisqui (Whisky) [en este último caso ambas formas están aceptadas].
-Calco semántico: traducción del término foráneo a palabras ya existentes en el idioma receptor. Ej: Rascacielos (Skycreeper); Balompié (Football); Baloncesto (Basketball).
Cronológicamente, el castellano recibió algunas influencias de las lenguas germánicas como en ropa, brote, espuela, yelmo, tregua, espía o aspa, entre otros.
Posteriormente, debido a los ocho siglos de ocupación de la península, el árabe ejerció una influencia vital en multitud de ámbitos; en agricultura (algodón, albahaca, sandía, azafrán), en ciencia (algoritmo, cifra, cero, álgebra), en ingeniería y construcción (atalaya, acequia, azotea, mazmorra), en economía (arancel, alquiler, tarifa), en arte (laúd, rabel, tambor) y en otros muchos campos (almohada, alhaja, alfombra, alpargata, fideo, jarabe, alcalde, holgazán, alicate, jabalí, ojalá -muy curiosa, del árabe hispánico law šá lláh, si Dios quiere- y la tan manida arroba).
Tras el descubrimiento de América, se requirió la incorporación de diversos vocablos que representaran elementos desconocidos en el viejo continente hasta ese momento, fundamentalmente en la flora/fauna y en la agricultura. Estos términos se tomaron de las distintas lenguas y culturas precolombinas. Del taíno se tomaron maíz, yuca, iguana, caimán, guacamayo; pero también otras quizá más sorprendentes como huracán, canoa, las antiguas enaguas y las modernas barbacoas. Del nahua o náhuatl se tomaron "prestados" animales como coyote, ocelote, mapache o quetzal, y vegetales como tomate, cacahuete, aguacate, cacao y su derivado chocolate; también otros términos como petate, petaca, tiza, jícara, hule, tiza, mezcal y la más curiosa: chicle -de tzictli-. Del caribe se adoptaron vocablos como loro, mico, boniato, caoba, sabana, piragua, cacique o butaca. Asimismo, otras lenguas amerindias dejaron su propia herencia; el quechua aportó puma, llama, vicuña, cóndor, guano, mate (infusión), caucho, coca, ayahuasca o la nutritiva papa (patata); el aimara contribuyó con alpaca, mientras que el guaraní hizo lo propio con jaguar, tapir, ñandú, mandioca o maraca.
En cuanto a las influencias europeas, también han sido notables. En pleno siglo XXI de la tecnología y la globalización no parece necesario recurrir a ejemplos del influjo del todopoderoso inglés ni del francés, su predecesor en dominancia durante los siglos anteriores. Pero otros idiomas importantes del continente han hecho curiosas aportaciones, como el alemán que nos permite en los gaudeamus de estos días degustar delicatessen, hacer un brindis -de bring dir's, yo te lo ofrezco-, y quizá dejarnos bigote -quizá de bei Got, por Dios-, o el italiano que colabora con una amplia gama en cuestiones de seguridad, como centinela, escolta, escopeta o fragata para luchar contra la mafia y su vendetta, y, desde luego, participaciones más artísticas como piano, novela o soneto, y más simpáticas como mostacho, cabriola, grafiti -recogido en el DRAE como sinónimo de grafito-, carnaval y nuestra idolatrada esdrújula.
Otros idiomas de nuestro continente han hecho su colaboración particular. Del portugués de nuestros vecinos obtenemos mejillón, caramelo y mermelada; también sarao, chubasco, vigía, buzo, bandeja o catre y herencias de sus viajes mundiales como bambú (también está aceptado bambuc), pagoda, biombo -originariamente del japonés byóbu, de byó, protección, y bu, viento- o cachimba -desde el bantú cazimba-. Del holandés hemos ampliado vocabulario en temáticas variadas: escaparate, bloque, eslora, dique, canica, iceberg, alzacuello, hotentote [del neerlandés hotentot, tartamudo; se dice del individuo de una nación indígena que habitó cerca del cabo de Buena Esperanza] o bóer [se dice de los habitantes de origen holandés de Sudáfrica]. Del griego, entre otros muchos vocablos, acogemos un simpático animal con un bonito nombre: hipopótamo.
Aportaciones más curiosas vienen de otros idiomas con un menor contacto geográfico o cultural. Del ruso adoptamos troika (o troica), samovar, balalaica y el archiconocido vodka; de las lenguas caucásicas nos llega el kéfir. El turco nos abastece de yogur y zapatos. El checo ideó el robot y el polaco exportó la mazurca. Gracias al noruego conocemos el kril y el rorcual, vía inglés y francés respectivamente. El resto de lenguas nórdicas nos presentan otras especies animales como el narval, procedente del danés, el desmán, del sueco, o la morsa, derivada del finés mursu o el lapón morssa. Y hasta el esquimal colabora con el popular iglú. Incluso el que dicen es el idioma europeo más complicado, el húngaro, pone su granito de arena con páprika [pimentón], que no paprika como se oye por ahí.
Los idiomas más lejanos pueden resultar aún más sorprendentes. El egipcio aporta adobe o ataúd, el persa almíbar, julepe o momia y el enigmático hebreo nos enseña la cábala. El hawaiano, de carácter más divertido, contribuye con el ukelele, literalmente "pulga saltadora".
Aunque la aportación es menor, desde el África negra, concretamente de las lenguas de África occidental, recibimos el vudú y sus zombis, y otras palabras más utilizadas en América como bachata, banana o quilombo. También del continente africano recibimos marimba, bosquimano (o bosquimán) [del afrikáans boschjesman, hombre del bosque. Individuo de una tribu del África meridional, al norte de la región del Cabo] y la hiperextendida cola [del mandinga k'ola. Semilla de un árbol ecuatorial, de la familia de las Esterculiáceas, que por contener teína y teobromina se utiliza en medicina como excitante de las funciones digestivas y nerviosas. Sustancia estimulante extraída de esta semilla. Bebida refrescante que contiene esta sustancia].
Desde las tierras más remotas, el lejano Oriente, también hemos recibido contribuciones muy interesantes. Del chino milenario nos llegan dazibao, jangua, o taichi, y gracias a su paso por el inglés adoptamos kung-fu, chinchín o el moderno ketchup -del inglés ketchup, y este del chino kôechiap "salsa de pescado en escabeche". El vecino coreano colabora con otro arte marcial, el taekwondo, de tae kwon do, arte de lucha con manos y pies, mientras que el enigmático japonés contribuye con diversas palabras, desde artes marciales como el sumo, yudo, kendo o aikido, hasta otras otras artes como el haiku o haikú, ikebana o karaoke, pasando por la catana (no katana), el bonsái o los kamikazes; sin embargo, resulta sorprendente comprobar que no están admitidos algunos vocablos, casi más asentados socialmente que alguno de los anteriores, como manga, sushi, surimi u origami. De otra lengua ancestral como el hindi y su antecesor, el sánscrito, ya conocemos devanagari, pero existen otros préstamos, casi todos muy espirituales, como karma, yoga, nirvana, mantra o gurú; esta espiritualidad se hace añicos con el significado implícito de la dualidad esvástica-ario/a. De forma testimonial, el malayo aporta directamente ailanto o cacatúa (curiosa su segunda acepción), y gracias al inglés, dos muy sonoras, real o metafóricamente, gong y agaragar; a su vez el nepalés aporta panda y el tibetano yak, cebú o, de forma singular, polo (deporte).
No todo es lejanía y exostismo, así que para finalizar no podíamos olvidarnos del resto de lenguas con las que convive el castellano en España y que, por supuesto, también colaboran en su evolución. Del gallego hemos adoptado varios términos gastronómicos como vieira, filloa, grelo, albariño o queimada, pero también botafumeiro, sarpullido o la famosa morriña gallega, aunque la frontera para discernirlos parece algo difusa con su precursor, el gallegoportugués. El catalán nos alimenta con butifarra, escarola, pota, alioli, paella y cantimplora, y nos da faena con el palangre, el pincel o la pantalla en el muelle, el burdel, la mercería o la prensa; también nos aporta, entre otras, cohete, clavel, retrete, barraca, forastero, las socorridas en autodefinidos nao y seo y la más buscada estos días pasados: capicúa -cabeza y cola-. El euskera, también denominado vascuence, vascongado, vasco, o con la forma menos conocida pero más elegante éuscaro, hace su aporte especial en honor de la reconocida gastronomía de la zona, con angula, cococha, changurro, chistorra, chacolí o pacharán; también en el ámbito rural con cencerro, gamarra, zamarra, chaparro o mochila, y en el ocio, con amarraco, órdago o chistera; otros préstamos curiosos son ganzúa, chatarra, aquelarre, y uno fundamental, sin el que no podríamos orientarnos espacial ni políticamente: izquierda -de ezkerra-. Y no es que se nos haya olvidado, por supuesto hay que tener muy presente el caló, el lenguaje de los gitanos españoles, que ha realizado sus propias aportaciones al vocabulario popular y coloquial, como vimos en menda, y como es el caso de muchas palabras que escuchamos a diario y de las que probablemente no sospechábais su procedencia: referencias personales (chaval, gachó, churumbel, chalado), actividades delictivas (chorar, chorizo, mangar), actividades diarias (currar, diñar, jiñar, chingar) y tantas otras tan habituales como molar, cate, chungo, parné, endiñar, paripé, camelar, canguelo o pinrel.
Y ahora sí que sí! Terminamos este amplio monográfico deseándoos un ¡PRÓSPERO AÑO NUEVO! o como dicen en algunas de las regiones implicadas en la evolución de nuestra lengua: 新年快樂; Happy new year! あけましておめでとうございます; Bonne année! Καλή χρονιά; Felice anno nuovo! नया साल मुबारक हो; Glückliches Neues Jahr! С Новым годом! Urte berri on! سنة جديدة سعيدة
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ResponderEliminarHola, ¿sería posible cambiar “skycreeper” por “skyscraper”? Gracias y enhorabuena por vuestra bitácora.
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